‘¡Eureka!’ es la famosa expresión atribuida a Arquímedes tras descubrir en Siracusa que la corona del rey no estaba hecha completamente de oro. ¿Cómo lo descubrió? Por casualidad.
En la historia de la ciencia y la tecnología han sido numerosos los descubrimientos e inventos que han cambiado nuestras vidas y, aunque detrás de la mayoría de ellos se esconde un duro trabajo y mucho tiempo de investigación, el azar ha protagonizado algunos de los hallazgos científicos más conocidos. Los hay graciosos, peculiares y curiosos. A continuación os hablamos de siete de ellos:
La penicilina
Cuántas vidas se han salvado gracias a un descuido. Uno de los mayores descubrimientos en la historia de la ciencia ha sido la Penicilina. Su descubridor, el científico Alexander Fleming, cambió la medicina moderna y ayudó a salvar millones de vidas.
En el verano de 1928 Fleming se fue de vacaciones durante dos semanas sin limpiar su laboratorio, olvidando las placas de cultivo de unas bacterias sobre las que estaba trabajando, llamadas ‘estafilococos’. A su regreso, entre el desorden, encontró que en dichas placas había crecido moho. Al observarlo con mayor atención descubrió que, alrededor del hongo, las colonias de estafilococos más cercanas a él estaban muertas. Inmediatamente se percató de que el hongo, llamado ‘Penicillium notatum’, había liberado alguna sustancia que producía la muerte de la bacteria.
La penicilina fue el primer antibiótico de la historia, un descubrimiento que ha permitido aumentar los índices de esperanza de vida.
Polvo inteligente
Jamie Link, alumna de la Universidad de California, estaba trabajando en el departamento de Bioquímica cuando rompió sin querer un chip de silicio. Al comentar con su profesor aquel percance y antes de frustrarse por ello, decidió observar el resultado y se quedó impactada al descubrir que los pequeños bits del chip seguían enviando señales, manteniendo las propiedades del original y funcionando de manera independiente. Aquel hallazgo fue el primer paso hacia el desarrollo de diminutos robots del tamaño de un grano de arena, motas o lo que hoy se considera como uno de los mayores avances dentro del campo de la nanotecnología.
Llamado ‘polvo inteligente’ o ‘smart dust’, ha sido determinante en procedimientos médicos y pruebas ambientales, aplicándose actualmente en la detección de agentes químicos peligrosos en el aire, la localización de células cancerosas o el control del agua potable.
La sacarina
El descubrimiento del primer edulcorante artificial del mundo ocurrió porque el químico ruso Constantin Fahlburg olvidó lavarse las manos.
Fahlberg investigaba en la Universidad Johns Hopkins sobre la oxidación de los elementos químicos. Después de un día de estudio sobre la reacción de alquitrán de hulla con fósforo, amoníaco y otros productos químicos, se dio cuenta durante su comida del dulzor de los alimentos que había manipulado con sus manos.
El microondas
Esta historia es aún más dulce. Durante la II Guerra Mundial, el ingeniero Percy Spencer estaba trabajando con una serie de magnetrones en investigación, una tecnología empleada en radares de seguimiento militar.
Un día, Spencer, aficionado al chocolate, notó cómo una barrita que llevaba en el bolsillo del pantalón empezaba a derretirse al trabajar cerca de uno de esos magnetrones. ¿Podría ser a causa del calor desprendido por las microondas?
Para confirmar su hipótesis colocó una sartén con un huevo y un bol con maíz cerca del magnetrón. En seguida el huevo estaba cocinado y las palomitas habían explotado.
Lo que había descubierto Spencer no era otra cosa que las microondas electromagnéticas producen vibraciones en las moléculas de agua de los alimentos, convirtiéndose en calor a gran velocidad. Posteriormente, el propio ingeniero diseñó una caja metálica para potenciar este efecto, con un agujero por el que introducía energía de su magnetrón. Lograba así un campo electromagnético que calentaba a mayor velocidad la comida.
El principio de Arquímedes
Arquímedes fue un gran matemático, astrónomo y físico que vivió en Siracusa (Alejandría) en el siglo II a. C. Existen muy pocos datos veraces sobre su vida, pero entre sus anécdotas más famosas se encuentra la que explica el principio físico que lleva su nombre.
Cuenta la historia que el rey Herón II de Siracusa ofreció una gran cantidad de oro a un orfebre para que le elaborase con ella una corona. Cuando estuvo terminada, el rey empezó a sospechar que el orfebre podría no haber empleado todo el oro en la corona y, ante la duda, hizo llamar a Arquímedes para que lo descubriera.
Arquímedes, desde el primer momento, supo que tenía que calcular la densidad de la corona para averiguar así si se trataba de oro puro, o si por el contrario contenía otro material de peor calidad.
Un día, mientras tomaba un baño, el matemático se percató de que, al sumergirse en el agua, esta se desplazaba. En seguida comprendió que el desplazamiento equivalía a su volumen. Consecuentemente, si sumergía la corona del rey en agua, y medía la altura que alcanzaba, podría conocer su volumen: sabiendo el volumen y el peso, Arquímedes podría determinar la densidad del material y comparar si era menor que la del oro.
Arquímedes se puso tan contento al descubrirlo que salió de la tina donde se estaba bañando y desnudo fue gritando por la calle: ‘¡Eureka! ¡Eureka!’ (en griego, ‘¡lo conseguí!’). Cuando llegó al palacio, sumergió la misma cantidad de oro puro que el rey había entregado al orfebre y midió la altura del agua. Al introducir la corona comprobó que la altura era menor y destapó el engaño.
Bug o fallo de software
En ocasiones las cosas son tal y como se conocen debido a pequeñas anécdotas que, por graciosas y curiosas, pasan a la historia para quedarse sin mayor motivo.
Es el caso del término ‘bug’, empleado para denominar a un fallo de sistema o software. Los programas que ayudan a la detección y eliminación de errores de programación se llaman ‘debuggers’. Pero, ¿cuál es su origen?
Fue la matemática Grace Hopper quien protagonizó esta célebre anécdota en el terreno de la informática. Hopper y su equipo de ingenieros se encontraban trabajando en la Universidad de Harvard con el ordenador Mark II cuando una polilla (en inglés, ‘bug’) entró en el ordenador y quedó enganchada apagando el sistema. Los ingenieros descubrieron el insecto y lo pegaron con cinta adhesiva en la bitácora con el comentario ‘First actual case of bug being found’, en español ‘Primer caso real de bicho encontrado’. Así es como este ‘bicho’ ha pasado a la historia como la forma de denominar un fallo de sistema.
Rayos X
Fue el físico alemán Wilhelm Röntgen quien descubrió los rayos X en 1895 por casualidad. Estaba experimentando con tubos de rayos catódicos, que emiten fluorescencia violeta, cuando notó un brillo extraño en su laboratorio, un leve resplandor amarillo-verdoso.
Realizando diferentes pruebas para intentar comprender sus propiedades, y pronto llegó a la conclusión de que se trataba de una radiación muy penetrante que atravesaban la materia.
Al tiempo decidió experimentar con el cuerpo humano. Su esposa expuso su mano a los rayos y la colocó sobre una placa. Obtuvieron así la primera radiografía del cuerpo humano, un avance que revolucionaría posteriormente la medicina. Röntgen decidió llamar a su descubrimiento “rayos incógnita”, o “rayos X”.
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